LA CUESTA DE ENERO

LA CUESTA DE ENERO

 

Tuve la fortuna de nacer y crecer entre las montañas, no digo que hacerlo en otros caprichos geográficos de la naturaleza sea malo, pero este lugar tiene sus amenidades. Mire Usted, para donde quiera que uno caminara había frondosos árboles y bosques que proveían de casi todo, desde el refrescante aroma del pino, la inocente felicidad de columpiarse de un roble, hasta largas caminatas que nos mantenían en excelente forma física, aún cuando no conocíamos lo que era un gym.

 

Mi añorada infancia, no contaba con más de dos lustros, cuando mi Pá nos llevaba a visitar a mi Má María allá por los rumbos de San Juan Tlalpujahuilla, donde esta sita la más majestuosa iglesia construida en cantera negra, labrada toda por las hábiles manos de mis paisanos, y que Usted algún día tiene que visitar.

 

Pero disculpe el desvarío y retomando el tema orográfico, le contaré que el sendero de la visita, como es de suponer, se dibujaba entre montes y riachuelos que alegremente recorríamos tramos a pie, tramos caminando. No hay burro flojo de bajada, pero de subida es otra historia, los 4 kilómetros cuesta arriba son más que eso, son sudor, son dolor, son cansancio. Y entonces, ¿Por qué llegaba uno tan gustoso a casa de la abuela, aún sabiendo que faltaba el regreso?

 

Primero, claro esta, el gusto de ver a la abuela, la viejecita más ecuánime que mis retinas han captado, mis cócleas escuchado y mi corazón sentido (si es que el corazón es capaz de sentir o albergar sentimientos).

Segundo, porque disfrutábamos del viaje, aunque los pies se quejaran, el lugar es hermoso por donde se vea o se escuche, el aire es el más puro que ha difundido en mis pulmones, conciertos de pájaros huitlacoche, calandrias y gorriones arrancaban carcajadas a mi alma, y

Tercero, la compañía era mi familia con todo lo que me podía dar, lecciones de vida en cada paso, palabras de ánimo y amor que eran verdaderas ampolletas de adrenalina y energía que impulsaban mi corazón y movían mis piernas con disciplina.

 

Desde que tengo uso de razón, solía escuchar las noticias, buenas, malas otra peores, y siempre la misma canción, “estamos en crisis” una crisis crónica que a menudo se agudizaba, aún cuando algún cínico político advertía que tendríamos que acostumbrarnos a administrar la abundancia.

 

¿Cómo salir avante en la cuesta de enero-diciembre? Seguro no hay una receta o un manual de procedimientos infalible, pero aquellas lejanas caminatas me enseñadon que:

Primero, se debe trabajar con ahínco , todo esfuerzo tiene su recompensa; Segundo, lo importante no es llegar, es disfrutar el viaje, solo es uno y no tiene retorno, acompáñate de la familia y amigos, y ; Tercero, solidarízate con los demás, siempre habrá alguien dispuesto a corresponderte, no será cuesta abajo, pero de subida no esta de más una ayudadita. Be happy.

«Las obras quedan, las gentes se van»

“Las obras quedan, las gentes se van”

Tal vez no lo traiga en mis genes, pero una de las tantas cosa que heredé de mi Pá, es el gusto por la música, especialmente por aquellas canciones  “viejitas pero bonitas”,  hoy me viene a la memoria  aquella que versa:

“Al final, las obras quedan, las gentes se van…..”

En unas cuantas horas, seré un año más viejo o acumularé más experiencia, más me vale; quizás no seré más sabio, pero ojalá sea menos ignorante; tal vez mi cuerpo será más melindroso, pero espero mi espíritu sea más fuerte, mis días por venir serán menos, pero seguro estoy de que debo estar muy agradecido con la vida.

Dejando la modestia de lado, quiero presumir que no son pocos los motivos para esta agradecido con la vida, con Dios, con mi familia y amigos y con Usted que tan generosamente me leé.

Y retomando la “viejita pero bonita”  canción del gachupín, me vino a la mente mi onomástico número 10, no porque haya sido el más feliz, pero si uno de los que más recuerdo, pues un día que para mí era de celebración, en Cruz Verde decíamos adiós a “Mariquita, la Carbonera”, pasaba a “mejor vida” espero que así haya sido.

De aquel acontecimiento poco me acuerdo, y que bueno, pues no recuerdo lágrimas en su velorio. En mi memoria aún conservo a “Mariquita”, sin apellidos, a secas, tal vez ni siquiera era su verdadero nombre, en aquellos días todas las mujeres eran Marías; “La Carbonera” no era despectivo, era solo para diferenciarla de las demás Marías, mujer menudita de ochenta y tantos años , quizás más, abundante en tizne y arrugas, paupérrima en compañía, facciones amables, cifosis notoria que le dificultaba la marcha, pero que no impedía su diligencia al grito de : “quiero… carbón, leña o  dulces”, aunque dudo que alguna vez haya escuchado un “Te quiero”; valiente y previsora como ninguna, había comprado su ataúd que celosamente guardaba para cuando fuese menester, a escasos dos metros de su cama en aquel oscuro sótano donde solitaria sobrevivía.

Desconozco más de su vida y si alguien la conserva en la memoria, probablemente no sabrá más que yo, y como olvidar a “Mariquita, la Carbonera” si me dio tanto sin saberlo, calentó mi hogar con carbón y leña, pero sobretodo endulzó mi infancia con  chicles Motita, Bomberitos y Canguro y huesitos de leche que ella misma preparaba.

Nunca le di las gracias, me tarde 35 años en aprender la lección, “Gracias Mariquita”, debo prodigar lo recibido.

“Al final, las obras quedan, las gentes se van, otros que vienen las continuarán, la vida sigue igual”